Acaricié y besé cada centímetro de su piel como si quisiera memorizarlo de por vida. Él no tenía prisa y respondía al tacto de mis manos y mis labios con suaves gemidos que me guiaban. Luego me hizo tenderme sobre el lecho y cubrió mi cuerpo con el suyo hasta que sentí que cada poro me quemaba. Posé mis manos en su espalda y recorrí aquella línea milagrosa que marcaba su columna. Su mirada impenetrable me observaba a apenas unos centímetros de mi rostro.
El juego del ángel-Carlos Ruíz Zafón.

sábado, 28 de mayo de 2011

Harta.


Sinceramente, harta.
Harta de tener que madrugar para ir al instituto y aguantar a las personas a las que llaman profesores, "educadores", pero que más bien hacen todo lo contrario, y parece que lo que más les gusta es jodernos a todos un poquito todos los días, uno detrás de otro.
También harta de llegar a casa, y tener que aguantar las peleas de tus padres a todas horas y al hermano meticón que no te deja en paz ni un ratito.
Harta de acordarte tus amigas, tan lejos de ti, de las que cada vez sabes menos.
Y entonces es cuando toca pensar, ¿por qué me he tenido que mudar? ¿Por qué venir a este pueblillo, a kilómetros de ellas?
Pero, de repente, caes en la cuenta de que, gracias a la mudanza, lo tienes a él. Alguien con quien desahogarte, con sus virtudes y sus defectos, con sus manías -las cuales tú adoras- y con la capacidad de animarte con solo una mirada-su preciosa mirada-, alguien con quien nunca antes habías tenido tal confianza y a quien quieres más de lo que jamás hayas querido a nadie.
Y es cuando piensas que, al fin y al cabo, tampoco todo es tan malo.

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